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MONTIJO Y MÁS

LA GRAN MASCARADA

LA GRAN MASCARADA

La política, definida en su justa acepción, en ningún caso debe anteponer el poder a su carácter de compromiso social. Un político ha de presentar cierto gusto por  la psicología y las ciencias del comportamiento humano, al igual que una curiosidad antropológica innata. Gobernar las masas requiere un amplio espectro de las capacidades humanistas, ya que no es tarea fácil, ni tan siquiera en sus niveles más básicos, cuanto menos en ambientes viciados de un creciente capitalismo agresivo.

El político lidia con la peor calaña, que constantemente tienta sus instintos más primarios; poder, dinero, placer…por lo que mantener el altruismo, la moralidad y la ética en postura inamovible e innegociable resulta vital y decisivo.

¿Pero qué sucede entonces cuando la clase política cede a la tentación? El sistema, a pesar de conservar su nombre (democracia en nuestro caso) carece de funcionalidad. El político, una vez comete su primer pecado, se convierte automáticamente en enemigo del pueblo.

Desgraciadamente los ayuntamientos de España están plagados de estas alimañas indignas, que han convertido la noble tarea de la política en un sucio negocio mercantilista de mafias ladrilleras e intereses varios. La verdad es que uno se pregunta como llegaron semejantes tipejos y tipejas a cargos electos. ¿Cómo consiguieron engañar a la gente con tanta frialdad? Pero no os equivoquéis. No es que seamos tontos palurdos incapaces de ver el hambre en los ojos del lobo. Es que esta gentuza carece del más mínimo sentido de la empatía y están dotados de una capacidad para mentir inigualable. Con quirúrgica serenidad argumentan sus tropelías sin sentir un atisbo de remordimientos, lo que los vuelve casi invisibles para miradas profanas. Sin embargo, algunos de los que amamos las humanidades y la política advertimos la presencia de estos vampiros nada más verlos llegar al panorama social. Sólo que si te adelantas demasiado en los juicios puedes ser considerado por loco. La historia está llena de casos. En consecuencia es mejor esperar un tiempo a que las máscaras caigan al suelo.

_ ¿Y cuales son las señales que otros no ven y que a nosotros nos desvelan las verdaderas intenciones de esta tropa indigna?_ os preguntaréis. Pues bien, no es que poseamos un sexto sentido. La cuestión radica en estar muy atento a los detalles y no dejarse engañar. Por poneros un ejemplo os diré que en tiempos de la transición, cuando la democracia se tambaleaba como un péndulo, alguien que hoy se define izquierdista lucía banderita del águila franquista en el reloj, mientras los verdaderos demócratas se plantaban en las calles delante de las ametralladoras de las fuerzas de seguridad estatal. Al tiempo que unos se jugaban la pellica  gritando por la estabilidad y la implantación sólida de la libertad, otros permanecían en silencio, agazapados como buitres, frotándose las garras…

En un despacho calentito, esta persona de orgullosa insignia nazi, esperó a que la paz llegara a las calles, a que la lucha se  relajara. Después entró por la puerta trasera, con la máscara roja puesta. Y es que un humanista sabe que la gente no cambia tanto, al menos no tan rápido y sin arrepentimiento. Entenderéis entonces que alguien tan cínico estará enormemente predispuesto o predispuesta a atentar contra los intereses de su propia gente. Bien, pues ahí tenéis una señal que puede llevar a la desconfianza. ¿A quien me refiero? Bueno, eso queda como secreto de sumario. Habrá que tener paciencia hasta que un día, esta persona, por si sola como es lógico, no tenga más remedio que quitarse la careta; algo que espero sea muy pronto.

Mientras tanto no os dejéis engañar.

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